Sabemos que nuestros órganos vitales y nuestro cerebro están conectados por el sistema nervioso. Si aprendemos a controlar el tráfico y actividad de esta conexión, el futuro de la medicina regenerativa vivirá toda una revolución… una revolución que podría, también, cambiar vidas como la de Maria Vrind, una ex gimnasta holandesa que, una mala mañana, se dio cuenta de que, sólo si se tumbaba con los pies en alto, podía ponerse los calcetines. Entonces, tuvo que aceptar que la evolución de la enfermedad degenerativa que padecía había llegado a un punto crítico. “Mi cuerpo se había agarrotado tanto que no podía tenerme en pie”, dice. “Fue un shock, porque yo siempre he sido una persona muy activa” .
Hasta el año 1993 ésta deportista trabajaba entrenando a atletas y cuidando a personas discapacitadas. Entonces, su vida cambió: la artritis reumatoide, un trastorno autoinmune común pero incurable, comenzó a atacar su cuerpo. Esta enfermedad, mediante la cual el cuerpo ataca a sus propias células, en este caso al revestimiento de las articulaciones, causa inflamación crónica y deformidad de los huesos.
Una esperanza
La artritis reumatoide sigue siendo una enfermedad una enfermedad incurable. Sin embargo, y desde que esta deportista comenzó a padecer los síntomas de su enfermedad, el estudio sobre este trastorno ha cambiado bastante… y se han hecho progresos más que interesantes. En este sentido, las investigaciones de Kevin Tracey, un neurocirujano estadounidense, afincado en Nueva York (EEUU) han marcado un hito. El propio Tracey explica cómo empezó todo “habíamos inyectado un fármaco antiinflamatorio en el cerebro porque estudiábamos los beneficios de bloquear la inflamación durante un derrame”, recuerda. “Nos sorprendió comprobar que, cuando el fármaco estaba en el cerebro, también bloqueaba la inflamación en el bazo y otros órganos del cuerpo. Y esto pese a que la cantidad de antinflamatorio que habíamos inyectado era demasiado pequeña como para incorporarse al flujo sanguíneo y viajar hasta el resto del cuerpo”.
A partir de este descubrimiento, Tracey se marcó una hipótesis de trabajo: ¿Y si el sistema nervioso estuviera utilizando su nervio vago para decirle a un órgano determinado, y tras aplicar el fármaco inflamatorio la cuestión, que no se inflamase? Esto demostraría algo que, durante muchos años, se ha considerado como algo imposible: que existiera comunicación entre las células especializadas de nuestro sistema inmunitario, nuestra corriente sanguínea y las conexiones eléctricas del sistema nervioso. La realidad (y las investigaciones de laboratorio) parecían demostrar que todo este sistema es una realidad en nuestro cuerpo.
¿Y cuál podrían ser las consecuencias prácticas de este esperanzador descubrimiento? Pues que, teóricamente -por el momento- la medicina debería ser capaz de colocar un neuroestimulador en el nervio vago (en concreto a la altura del bulbo raquídeo) que permitiera bloquear la inflamación producida por enfermedades inflamatorias crónicas… incluida la artritis reumatoide. Maria Vrind se presentó voluntaria para comprobarlo. Fue operada y en pocas semanas se encontró mucho mejor. Pudo volver a andar y a montar en bici. También retomó el patinaje y la gimnasia. Hoy, a sus 68 años de edad, Vrind enseña a jugar al voleibol a personas mayores durante un par de horas a la semana, monta en bici al menos una hora al día, hace gimnasia y juega con sus ocho nietos. Mientras, en el Instituto Max Planck de Alemania, el doctor Bethany Kok dirige ahora un ensayo a mayor escala para ver si los resultados que obtuvieron con Maria Vrind (y otros veinte voluntarios) pueden reproducirse.