Da lo mismo que la discapacidad afecte a un niño o niña. En nada afecta el tipo de discapacidad que afecte al niño o a la niña. Diversos estudios demuestran que los niños y niñas con discapacidad tienen una mayor propensión a padecer baja autoestima y a sentirse aislados. ¿Solución? Que las sociedades adopten, y se rijan, por principios incluyentes… además de demostrar -en la práctica- que apoyan la equidad. Estas acciones y prácticas acabarían sirviendo para que niños y niñas discapacitados puedan gozar de las mismas oportunidades y derechos que el resto de los niños. Un modo de hacerlo -según la opinión de diversos expertos- sería facilitar su participación en la comunidad a través del desarrollo de oportunidades educativas, culturales y recreativas.
¿Qué puede aportar, en el desarrollo de todo este aparato de oportunidades y derechos, la ayuda especializada… por ejemplo, la construcción de herramientas de educación e infraestructuras que propicien la movilidad? Pues, por ejemplo, crear parcelas de interacción e interrelación con el resto de los niños. También, facilitar la autonomía de los niños en la realización de las actividades del día a día… que deberían estar al alcance de todos y, cuando sea posible, ser gratuitas.
En realidad, las vidas de los niños y niñas con discapacidad, cambiará poco o nada mientras las comunidades, los profesionales, los medios de comunicación y la política de integración de los gobiernos no cambie. En realidad, nada cambiará mientras la invisibilidad de los niños y niñas discapacitados no se transforme en visibilidad. O sea, que, si las sociedades aspiran a reducir las desigualdades, deben comenzar por los niños, que son las personas más indicadas para construir una sociedad inclusiva… para la siguiente generación. Así, los niños y las niñas que han gozado de una educación inclusiva, pueden convertirse en los mejores maestros de una sociedad que aspira a ser inclusiva, justa y solidaria.